Síndrome de Ciclógenes


Autor: Noé Laguna    



 

Nota del autor: dejo libre dos opciones de vivir esta entrada, en formato podcast, que la oirás de mi propia voz o el formato escrito, para quien disfrute más de la lectura. También puedes ser como yo y quererlo todo, y darle una oportunidad a ambos :)

 

¡Ep! ¿Como vamos?

Debo confesar que he sido un falsario, he mentido como un bellaco.

Cuando me han preguntado por qué me gusta la bicicleta, siempre hacía alusión de un modo casi automático, que:

  •  era mi medio de transporte cuando era pequeño, una forma estupenda de ir de un punto A a un punto B rápidamente o, 
  • aficionado de siempre al deporte, moverme de esta manera resultaba algo prácticamente inherente en mí.

Esto resultaba ser una verdad a medias ya que, sí que es cierto que era mi medio de fuga o de vivir aventuras, pero no lo contemplaba como un fin en sí mismo, era un simple instrumento. 

 Y, todo sea dicho, por aquella época no era, ni de lejos, mi deporte favorito.

No sé si os pasará pero, a veces, ciertos pensamientos emergen de la mente como los granos de maíz explotan para convertirse en palomitas.
Sin previo aviso, un estallido y surge la magia.
Y así, cual grano de maíz, dilucidé cual es el verdadero motivo de mi devoción por las dos ruedas. 

Todo empezó en un foro de internet, quién lo diría.
Queriendo sacarme una espinita de cuando era pequeño, en plena eclosión de las mountain bike, todos mis amiguetes de verano, del camping en el que mis padres trabajaban, tenían bicicletas molonas y, recuerdo que hasta uno tenía una Derbi Panther, mi particular Santo Grial (más tarde, debo reconocer que se unieron otros objetos de deseo a mi lista). 

Ese año, en el que recuerdo que sería una de mis primeras bicicletas, me regalaron, como no, una mountain bike.
No diré que no cumplió su cometido, llevarme de acá para allá, pero en el fondo, yo esperaba otro tipo de montura.

Un día, ya más crecido, un vecino me dijo que quería deshacerse de una vieja bicicleta, que si la quería, me la regalaba.
Y yo, aún sin saber todo lo que esto conllevaría en el futuro, acepté.
Ahí estaba mi querida BH Florida (que actualmente, creo que está en algún rincón de Madrid). 

Qué recuerdos...

Volviendo al tema del foro, acudí a él en busca de conocimiento ya que yo era todo un novato en reparar o restaurar bicicletas antiguas (o vintage, como se llegó a decir en plena moda).

De pasada por ese rincón virtual, los allá asistentes fuimos testigos de una de las más bonitas historias de amor entre una persona y una bicicleta.
Barrikelo, daba vida a su querida Rabasa Derbi (que llegó a ser objeto de muestra en la web de la propia marca) y nos informaba de los avances, inventos y triquiñuelas que empleaba para revivir a su retoño.
También se hablaba de galletas, entre otros intereses variopintos.

Los allá asistentes fuimos testigos de una de las más bonitas historias de amor entre una persona y una bicicleta.

Ese foro fue la semilla de la dolencia que, aún a día de hoy, sigo sufriendo: el síndrome de Ciclógenes.

Una enfermedad de las que llaman raras, no catalogada por la OMS, y que lleva al sujeto que la padece a acumular hierro en forma de componentes, cacharrada y bicicletas por doquier.
Los hay que llenan naves. Los hay que llenan garajes. Yo llegué a esconder piezas entre la alacena de mis padres.

Síndrome de Ciclógenes es un grupo que, aún a día de hoy, sigue dando coletazos en Facebook.
En su día, fue mi puerta de entrada a un vasto mundo de conocimiento, toparme con gente que tenía la misma tara que yo y que consiguieron que me apasionara el mundo de las dos ruedas.
Incluso por un tiempo, le di vida al Ziklogen, un navío que surcaba los mares rescatando velocípedos.

Allá, además de aprender todo lo que sé sobre bicicletas clásicas y su reparación (restauración es una palabra que incluso a día de hoy me viene grande), aprendí otras, como por ejemplo:

  • que las bicicletas de Verano Azul no eran BH, 
  • que si no roza no mola (no pienses mal, hablo de lowriders) y 
  • algo destilado con el paso de los años es que tras cada persona hay alguna bicicleta pero que tras cada bicicleta, de la misma manera, hay muchas historias. 

Ay, si nos hablasen, la de cosas que descubriríamos…

Actualmente, a pesar de no tomarme la medicación, creo que tengo el síndrome a raya. También es cierto que el auge que hubo hace años parece haberse desvanecido.
Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia.
Y ahora, en las raras ocasiones que ocurre, cuando veo una bicicleta apoyada en un contenedor, me tiemblan las manos, los sudores fríos recorren mi espalda y se me seca la boca...pero sé que, ahora, no tengo los medios ni el tiempo para hacerles un hueco y rescatarlas.

De esta manera, cumplo con mi sentido homenaje al grupo que me vio nacer y crecer, pero que no me verá marchar, ya que rodaremos por el cosmos durante el infinito.

Os podría seguir hablando horas y horas sobre esta enfermedad, por suerte, benigna, pero va siendo hora de bajar la persiana del taller y recuperar algún buje que abrillantar y así, recordar y paliar los síntomas.

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Por último y no por ello menos importante: gracias por llegar hasta aquí ;)




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